Cuando un año se va, algo nos deja o algo nos lleva. Es que el tiempo, más que un transcurrir, es un dejar y llevar. Se lleva lo intrascendente, lo vacuo, lo superficial, lo pasajero, las modas y todo lo que es incapaz de sobreponerse a la ocasión. En cambio nos deja la esencia diamantina de lo perdurable. Nos lega todos los disfrutes atemporales que resisten victoriosamente el movimiento circular de las manecillas del reloj.
Y deja lo que tiene fuerza perse para quedarse, como los valores supremos de la existencia basados en el amor, la solidaridad y sana convivencia.
Cuando un año se va, sentimos que nos abandona una compañía de 365 días. Un período que fue referencia temporal de nuestro pensar y hacer. Sentimos que se quiebran y se rompen unos marcos que contuvieron todo lo que fuimos o no pudimos ser. Cuando enero asoma el primer diente de leche del año nuevo, también sentimos una sensación de renovación que nos conecta con nuevas expectativas. Enero es un mes que convoca pasado, presente, y futuro, en una tierra donde el ayer y el hoy son raíz del mañana.
Al caer el telón de un viejo año se cierra un espacio donde hemos sido actores de nuestros propios dramas y espectadores de los papeles de los otros en el gran escenario de la existencia, no solo se trata de hilvanar un menú de ilusiones vestidas de posibilidades.
Al correrse los cortinajes de un año nuevo sentimos que se abre un capítulo de nuevas oportunidades que se ensanchan las vastas fronteras de la esperanza.
Cada año que pasa nos recuerda que el tiempo es un bien no renovable que se va agotando lenta pero sostenidamente, lo cual nos obliga constantemente a reflexionar sobre la “Calidad de Nuestro Existir”.
El año se va sin remedio. Algunos sabrán si lo habrán ganado o perdido. Pero lo seguro es que todos los habremos acumulado en el peso de nuestra edad. Parafraseando las memorias autobiografícas del chileno universal Pablo Neruda ¿Cuántos podremos confesar que realmente lo hemos vivido?
El tiempo es un viajero incansable que lleva nuestras vidas en sus equipajes, las cuales deposita en determinadas paradas y estacionamientos de nuestros destinos.
El año se va, pero se queda si lo guardamos en nuestros archivos interiores. Cada año debe vivirse como quien ve un río correr, sabiendo que nunca podremos bañarnos dos veces en sus mismas aguas. “Todo se mueve fluye, discurre, corre o gira: cambian la mar, el monte y el ojo que los mira”, como bien dice el inmenso Antonio Machado.
Toda ida tiene el sabor amargo de la despedida. Quizás a esto se deba que algunas personas se beban con fruición el último día del año junto con las burbujas de las champañas y el dulzor de los licores como compensación al cáliz que les apura el existir.
Y es que cada vez escasean más los espaciados momentos en los que paladeamos los néctares de la vida. Néctares que tragamos sin saborear en medio de esta vida apresurada, donde cada quien quiere ir al frente en una loca carrera, queriéndole ganar la batalla al tiempo que nos mata.
Como cada fin de año nos sumerge en la reflexión y la evocación, propicio es actuar ahora para dejar atrás los años en que un avasallante proceso inflacionario recorto a tijerazos nuestros niveles de bienestar, y que todavía sentimos el eco de los metálicos bramidos de esas tijeras amenazadoras que fácilmente pueden ser amoladas de nuevo por la gobernanza irresponsable.
Se nos van para siempre de una manera irrecuperable 365 amaneceres. Y es que la vida siempre es, un amanecer con su atardecer y su anochecer. Los amaneceres nos recuerdan la continuidad de la vida en la apertura de cada nuevo día vivido con su carga de alegría, risas, vivencias, pesares, amores y desamores. Los atardeceres, con sus tibios resplandores, nos hablan de la madurez del día en el transito hacia su ocaso para dar paso a la calma de la noche taciturna. La noche que tira de la cadenilla del sol apagando su luz, asimismo transcurre la vida hasta que un día nos quedamos sin voz y sin aliento, desprovistos del beso del oxigeno.
Somos un microcosmo que recrea los oídos de la naturaleza, el día, la noche y las estaciones, así atravesamos por los momentos de “noche” emocional o “primavera” del espíritu. Periodos en los que si somos capaces de vivenciar las mejores experiencias y traspasar los tránsitos más oscuro, arribaremos a nuevos descubrimientos y conocimientos.
En el recorrido de la existencia es muy positivo que transitemos con fe, esperanza, paciencia y amor por esos eclipses de la vida, de los que, seguro resurgiremos como el Ave Fénix…!
Cada año que se va nos lega un dejo nostálgico, sobre todo, si se lleva para siempre hacia la frontera de los desconocido a algún ser querido cuya ida nos enrostra la finitud de la vida. La mortandad de nuestra naturaleza incierta.
Todo pasa en una sucesión interminable que nosotros llamamos tiempo. “El tiempo, el implacable”, ése que no tiene una medida real que lo aprisione, aunque vivamos la ilusión de encuadrarlo en relojes y calendarios. Es el ser humano quien en su categoría finita le ha impuesto, arbitrariamente esas longitudes dimensionales. Los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses y los años son divisiones antojadizas, de la unicidad del tiempo, que responden al invento humano de facilitar y poner un cierto orden el transcurrir de la vida. Así decimos en cada cumpleaños que “nacimos un día como hoy” o que tal cosa sucedió en una fecha igual. Mentira! Nacimos un día como ayer, el tras antier, un día como ayer, pues, cual es el hilo conector que lo haría igual?
Nuestras vidas las hemos segmentado en anualidades y cada vez que tocan fin sentimos la tristeza de lo que se acaba: el vaso bebido, las pasiones consumidas, los días idos. Diciembre es una añoranza. Alguien dijo que es agridulce como las mandarinas, por ser el mes en que se acaba e inicia un nuevo año.
El 2008 puede ser un buen año para refundar la esperanza sobre las bases de nuevas ilusiones, renovados sueños y optimismo reverdecido. Puede ser un buen año para que cada uno tome el poder. El poder de reencauzar nuestro destino por vías distintas que nos conduzcan a mejores puertos.
Lo bueno de la ida del 2007, es que nos permite la posibilidad de abrir una nueva página para llenarla como todos queremos, y si cabe, inaugurar, por lo menos el principio de otros tiempos y otros espacios que ya no sean los de las situaciones creadas por los poderes tradicionales.
Este fin de año, saldremos ganando si derrotamos las presiones consumistas del recambio, el imperio del ruido y el largo etcétera comercial en que ha devenido el sentido de la Navidad. Creceremos si nos sobreponemos a ese “no querer ver las cosas” que invisibiliza nuestros dramas sociales tras la inmensa fábrica mediática que promueve de forma casi compulsiva a estar permanentemente en un estado de euforia o bienestar emocional casi a toda costa y donde la técnica –entre más sofisticado y avanzado mejor- sustituye al individuo.
Los fines de año, es la época en que más se fomentan los escapismos de la carne y del espíritu, normalmente bajo los efectos de estimulantes excesivos que si bien nos alejan de la tristeza y de las emociones grises, nos privan de la posibilidad de entrar en contacto con nuestras necesidades más profundas y relegadas, y por ende, con la posibilidad de revisar y rectificar los aspectos que podrían marchar mejor.
Así como no podemos pretender que siempre haya sol, ni nubes que lo oculten efímeramente, tampoco se puede forzar nuestra interioridad para que permanezca estática en el mismo estado, sea este de alegría o de tristeza.
En el tramo final del año, es bueno que recitemos con Pablo Neruda:
Queda prohibido llorar sin aprender, levantarte un día sin saber que hacer, tener miedo a los recuerdos.
Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños.
Queda prohibido no demostrar tu amor, hacer que alguien pague tus dudas y mal humor.
Queda prohibido dejar a tus amigos, no intentar comprender lo que habéis vivido juntos, llamarle sólo cuando le necesitas.
Queda prohibido no ser Tú ante la gente, fingir ante las personas que no te importan, hacerte el gracioso con tal de que te recuerden, olvidar a toda la gente que te quiere.
Queda prohibido no hacer las cosas por Ti mismo, no creer en Dios y hacer tu destino, tener miedo a la vida y a sus compromisos, no vivir cada día como si fuera el último suspiro.
Queda prohibido echar a alguien de menos sin alegrarte, olvidar sus ojos, su risa, todo porque nuestros caminos han dejado de abrazarse, olvidar su pasado y pagarlo con su presente.
Queda prohibido no intentar comprender a las personas, pensar que sus vidas valen más que la tuya, no saber que cada uno tiene su camino y su dicha.
Queda prohibido no crear tu historia, dejar de dar las gracias a Dios por tu vida, no tener un momento para la gente que te necesita, y no comprender que lo que la vida te da, también te lo quita.
Y sobre todo en el 2008, queda prohibido no buscar tu felicidad, no vivir tu vida con una actitud positiva, no pensar en que podemos ser mejores, no sentir que sin Ti este mundo no seria igual.
Feliz y Prospero 2008, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo este con vosotros día y noche…!