La virtud más preciada que puede tener un ser humano es la lealtad, independientemente de que algunos consideren que tan sólo se trata de un concepto filosófico, y otros digan que es un mito, partiendo del supuesto de que en los tiempos en que vivimos esos valores se ha venido extinguiendo.
No son pocos los comportamientos de muchas personas que diariamente llevan a pensar de esa manera, que a la postre se constituyen en actos de traición; pero tal como dice el poeta, aún no todo está perdido.
Algunos definen la lealtad como un corresponder, una obligación que se tiene con los demás. Es un compromiso a defender lo que creemos y en quien creemos, lo cual se constituye en uno de los más importantes valores.
Cuando somos leales logramos llevar la amistad y cualquier otra relación a su etapa más profunda. Todos podemos tener un amigo superficial, o trabajar en un lugar simplemente porque nos pagan. Sin embargo la lealtad implica un compromiso que va más hondo: el estar con un amigo en las buenas y malas circunstancias, es el trabajar no sólo porque nos pagan, sino porque tenemos un compromiso más profundo con la institución en donde laboramos, y con la sociedad misma, y si ese amigo te ha socorrido y dado la mano en momentos de naufragio, permitiéndote ascender, ya sea en lo social, económico o político, no es leal que le dé la espalda y lo lance a las víboras en plena selva.
La lealtad no debe contemplarse como mero concepto que explique el cumplimiento de lo que exigen las leyes morales. Hay que asumirla como un comportamiento para cada pasa diario, y hasta para cada pensamiento.
Escuche decir a alguien que la lealtad es un valor que no es fácil de localizar en estos caminos endemoniados. Es más común aquella persona que al saber que puede obtener algo de nosotros se nos acerque y cuando dejamos de serles útil nos abandona sin más.
Mi fenecida abuela, quien era una mujer de pensamiento rural, me reiteraba que el que no es leal con sus hermanos, con sus amigos, prójimos, con su país, no recibe nunca la bendición de Dios y siempre procurará no mirar a los ojos.
Todas esas reflexiones me las hacía mi abuela durante la adolescencia, y es ahora cuando las asimilo en su justa dimensión.
Es normal saber que alguien frecuenta un grupo contrario, porque le de más beneficios, y lo que acaba ocurriendo es que nadie confía en ese tipo de persona.
Para concluir, debo advertir, que la lealtad jamás deberá ser obsesiva, porque tampoco se puede ser leal a causas perversas; ya que hay ocasiones en que por estar bajo la sombra de la maldad, hay una supuesta lealtad que raya en lo perverso, y hace daño.