A sus casi cincuenta, esta mujer habla de la vejez con un prudente respeto, por no decir temor. Sabe que está en un tramo de su vida productiva un tanto delicado. Debe esforzarse al máximo para conseguir unos ahorritos que le garanticen un futuro no demasiado incierto.
En el Estado, desde luego, no puede confiar.
Como es vendedora y gana por comisión, hay meses buenos, y otros no tanto. Y meses, como en el que se juntan muchos pagos. Este mes, más de 20.000, pesos se le han ido en unos impuestos que a ella, clase media, no le sirven para nada. Ni le liberan de costear por su cuenta un segurote salud privado, ni le garantizan servicios básicos de calidad, (¡la luz!) ni seguridad en la calle, ni una pensión confiable.
Al frente de su hogar y con esfuerzo esta pagando el préstamo de su apartamentito, desde luego la educación de sus hijos es privada. Sin lujos, y si con mucho esfuerzo sigue adelante "fajada". Ahora es que precisamente cuando no se puede rendir, ¿dónde encontraría trabajo a su edad?, se pregunta ella misma.
Estamos arrinconando a los que como ella, se matan a trabajar honradamente. Esta mujer, las miles y miles que se parecen a ella y que viven, como ella, una vida con dignidad, sostienen nuestra sociedad… y buena parte de nuestra economía.
Mientras confundimos a los avivatos con los triunfadores los demás se dedican, como ella, a trabajar y a tratar de que la cosa no se dañe más de lo que esta.
Acostumbrados a que los vocingleros nos aterren la vida diaria y nos atolondren con sus intereses particulares, otras vidas, las normales, las dignas, nos asientan.
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